MONTE DEL PASO

Era un si y un no. La joven se había percatado de aquella presencia masculina, de sobra estaba que aquel aura y aquellos olores le hacían acordar a todo lo que era Egipto o incluso, por algún motivo, a Asia, más en ningún momento pudo saber quien era el misterioso ser que estaba tras de sí. Estaba embobada con el paisaje, relajada y ensimismada en sus pensamientos, más aquel temblor la distrajo y aquel enorme insecto la volvió a traer a la realidad. Perpleja, Amy vio como aquella invocación llevaba entre sus pinzas a un conejo, siguió su camino hasta posar sus ojos en aquella persona misteriosa.

El conejo llegó a sus manos gracias a la obediente criatura, pero Arakim perdió todo interés en él en el momento en que echó un vistazo a la joven que había llegado al lugar.
El polvo de lo que parecía ser una levísima tormenta de arena se llevó su figura, desapareciendo y volviendo a aparecer justo detrás de la chica, a un par de pasos de ella.
- ¿Que hace una señorita aquí sola, con tantos lobos hambrientos en la manada? -preguntó entonces, con aquella sonrisa que rara vez se le iba de los labios.

Quedo mirando al muchacho por unos minutos después a la criatura que había invocado. Enarco una ceja ¿a dónde se había ido el chico? miró a sus alrededores sin esperanzas, cerro sus ojos por unos segundos antes de dar un salto en el lugar por el susto que se había llevado al escuchar aquella voz. Se volteó por completo encarando al muchacho.

- ¿Caperuza no puede pasear libre por el bosque?-indagó con aquella pacífica voz.

Arakim se llevó las manos tras la espalda en actitud inocente, pero sus palabras reflejaban todo lo contrario.
- Por pasear libre por el bosque se encontró con el lobo... -murmuró, con aquellos ojos cafés clavados en los de Amy.

Lo quedó viendo con tranquilidad, sin alterarse. Tan solo sonrió ante tal respuesta.

-¿Tan feroz es?- preguntó después de examinarlo detenidamente.

Arakim entrecerró los ojos.
- Eso es lo que cuentan... -respondió tranquilamente, sin perder aquella actitud cazadora y eminentemente dulce.

-¿Quienes? ¿La Chusma?- inquirió mientras se cruzaba de brazos mirando fijamente a Arakim, claro que sin perder aquel brillo de curiosidad en sus verdes ojos.

Arakim no pareció molesto.
- No encontrarás mucha chusma en Luna Azul, querida. Aquí hay gente de calidad. Lobos de calidad... Caperucitas de calidad -sonrió con aquella mirada misteriosa.

Miro para otro lado al momento que Arakim respondió, miró a lo lejos como las aves salían volando antes de volver la vista al muchacho.

-Ya veo...-contesto entonces mientras retrocedía un poco-¿Y tu eres...?- quiso saber ya que en todo este momento estuvieron hablando sin presentarse.

El pelirrojo alzó al cabeza con altividez y dijo:
- Soy Arakim Gizeh de las Dunas, y pocos lobos como yo vas a encontrarte en Luna Azul -Sin molestarse en explicar a qué se refería, murmuró con gracilidad-. ¿Y tú como te llamas, milady?

La joven lo escucho y enarco una ceja al percibir las últimas palabras. No pregunto, si Arakim de Las Dunas no prosiguió con ello por algo habrá sido.

-Amanda Jaled Davenport Stand- Se presento, pronunciando su primer nombre entre dientes, como si le disgustara, y así era.- Pero respondo a Amy o Rouge-aclaró.

- Hermoso nombre -sonrió el pelirrojo, apuntándolo en su mente para posteriores posibles tratos-. Supongo que eres nueva en Luna Azul. Si hubieras estado aquí antes me habría dado cuenta.
Se echó a reír.

-¿En serio?, yo lo detesto-menciono mientras se acomodaba el pelo hacia un lado. Lo escucho reír- ¿Y por qué la risa eh?-pregunto con un deje de seriedad aunque ésta se vio interrumpida al aparecer una sonrisa traviesa.

Arakim volvió a ponerse serio, o al menos todo lo serio que podía llegar a ponerse él, que era poco.
- Porque habría que ser idiota para dejar pasar a una dama tan hermosa como tú -respondió con tranquilidad-. ¿Dime, Amy, querrías acompañarme a dar un paseo por nuestros bellos territorios? Ningún lobo te molestará mientras yo esté a tu lado.

Aquella sonrisa pícara cambió. Al principio desapareció, no creía en esas palabras , más después volvió a sonriente antes de mirar al suelo para pensárselo por un tiempo.

-Está bien-dijo entonces después de un minuto exacto de pensarlo.-¿a donde iremos primero?-

- Te enseñaré el Gran bosque. Es uno de los sitios que más deberías conocer si quieres cazar algo aceptable...
El chico tiró de su camiseta suavemente para dirigirla hacia el límite del territorio.

Estaba sentada sobre una de las colinas del Monte Paso, una de las más alejadas donde nada ni nadie pudiese interrumpirla. Sus piernas estaban cruzadas y parte de sus blancos y holgados ropajes flameaban al son del fuerte viento que soplaba aquella nublada tarde, al igual que su rubio y corto cabello. Una de las betas de Luna Azul, también conocida como "La Daeva" pasaba la tarde meditando, entrenando su mente y auto-control solo con el silbido del viento como acompañante. Ishtar permanecía inmóvil, con postura derecha y sus manos delicadamente apoyadas sobre sus muslos, ojos cerrados y respiración controlada. Mantenía su mente en blanco mientras a su alrededor se desataba una poderosa aura en la cual al entrar en su rango uno se sentía como encapsulado, sin escapatoria.

Entre el paisaje verde y bajo las nubes que lo cubrían todo, llegó corriendo un lobo con la respiración agitada y los ojos pesados que le desviaban la mirada, pero su cuerpo no se detuvo si no hasta que se convirtió en un humano, cayendo sobre sus rodillas primero para luego tirarse hacia atrás, recostado ahí entre el bastante crecido pasto. Miró al cielo y rió relajado. Arrastró sus brazos para absorber la frescura del pasto. Necesitaba un descanso.

Entre aquellos altos pastos un par de orejas puntiagudas se elevaron ante el ruido, sin descubrir su cabeza o identidad. Las movió como felino tras el rastro de su ratón, inhalando y exhalando su aroma, lo conocía mas no podía descifrar exactamente quien era. Avanzó un par de pasos, dejando ver el rostro cánido de un macho joven, al rededor de 14 años humanos si se lo medía así, elevó el mentón. Era un Jëylls en todo su esplendor, y si las habladurías no se equivocaban, era muy similar a la hembra alfa de esta manada.

A punto de lograr conciliar el sueño, Alexander escuchó apenas un ruidito que difirió con el normal roce del viento con el pasto. Abrió apenas el ojo izquierdo para ver de qué se trataba y distinguió a duras penas algo conocido en quien quiera estuviese ahí.
-Ahm... Hola. - saludo sonriéndo dejando caer nuevamente la cabeza, que poco a poco había comenzado a levantar, en el suelo. Esperó a que el lobo le contestara o se acercara un poco más.

-¡Lex!-Gritó una voz exactamente del lado opuesto al lobo joven, una hembra saltó con fuerza cayendo sobre él con sus pesadas cuatro patas, aplastándolo con cuidado en su fase cánida. Su pelaje cálido y sedoso era inconfundible: Kyrara estaba allí, y a Sathiel le disgustaba ver a su madre sobre él.
La loba pasó a su forma humana, abrazando fuertemente al chico Crisvector, justo sobre su cuerpo, como una garrapata o mosca en el verano.

-¡Ky! – contestó con energía el joven. – adivina cuantos huesos me acabas de romper. – bromeó, como siempre, pero estaba bastante alegre de volver a verla. Como pudo alzó sus cansados brazos y la rodeó por el cuello, aunque no tuviera fuerzas no podrían apartarla de él. Incluso por un momento se olvidó del otro presente, pero luego, relacionándolo con la llegada de Kyrara, supuso quién era.

Y con el único objetivo de destruir la bella escena un aterrador gruñido corto el aire y hasta el más mínimo de los sonidos pareció acallar con temor. Varios metros detrás de la amistosa demostración de afecto se imponía a la cálida luz del sol la gélida presencia de un gigante. Su tamaño era literalmente lo suficientemente grande como para que su sombra cubriera a los dos que jugaban como cachorros en el suelo. El Urkanger no estaba nada contento. Sus potentes ojos ámbar gritaban de una silenciosa e inmensa furia que con bastante precariedad intentaba contener. Tenía la costumbre de llegar en el más indicado de los momentos....y su mal día solo se había tornado peor.

Con una sonrisa fugaz y destructiva, Sathiel miró de reojo a su padre, para finalizar en Alexander y Kyrara, ladeando la cola divertido. Guardó silencio para solamente escuchar las risillas que su madre lanzó antes y poco después de escuchar a Eben.
Aún en el suelo y justamente sobre el cuerpo del Crisvector Kyrara seguía abrazada, observando con el rabillo del ojo a su prometido, mordiendo su labio inferior en símbolo de incomodidad. Aclaró su voz, para mirar a Alexander con una mueca clara "estamos en problemas".

El joven torció el cuello para mirar al Urkanger. Su sonrisa no se borró, era una respuesta para su amiga... después habló.
-Hola, señor de Kyrara. - saludó relajado. Quizá no era el mejor momento, pero por ahora no tenía fuerzas ni ganas para pensar en cómo reaccionaría Eben.