CAMPO DE BATALLA

El pelaje níveamente falso de Fox se revolvía con toda la furia que se esperaba de un viento que reinaba en las áreas despejadas. Se mostraba curiosamente tranquilo, curiosamente afable.
O quizás fuera una violenta tormenta enfrascada en una cáscara serena. Sí. Nada mejor que una tormenta.

Su capucha negra cubría su rostro en su totalidad, aunque por algún hueco ella podía ver. Caminando a lo lejos su figura se dibujaba similar a la de una vieja mujer, aunque ya más cerca la silueta fina y delgada de la mujer se dejó ver. Sus ojos verde ácido quemaban todo aquello que tocaban, aunque no eran tan espeluznantes como su sonrisa inocente pero demoníaca y algo desequilibrante. Miró entre la cantidad de presentes reconociendo al centinela Briam, alejado Thresh y más allá Fierce cerca de Fox.

Algo alejados de todos ellos, Sharp daba pequeños mordiscos a su tableta de chocolate mientras daba la espalda a la multitud, entretenido en ver marcharse a la loba Espejismo en cuanto los asesinos se empezaron a acercar y a abrumarla con sus víctimas.
Pasando desapercibido como un zafiro en un mar de rubíes, el licántropo más joven de los reunidos con diferencia, mordisqueaba su collar con la vista clavada en el suelo.

Llego caminando con tranquilidad, su armadura no brillaba, era opaca ante aquel lugar tapado de grises nubes y su pelo azabache era removido por las ráfagas de vientos que azotaban el lugar muy seguido. El hombre de al rededor de treinta y tanto de años miró a su alrededor, observando a los lobos deseando poder tomar esa forma algún día. Suspiro y apoyo su peso en el tronco de un árbol mientras se cruzaba de brazos, Sótiras estaba allí para observar.

Briam bufó tan sonoramente ante la llegada de Abyzou que fue totalmente obvio su rechazo a la mujer del ácido. Thresh coincidiendo rodó sus ojos, era tan despreciable y tan odiosamente respetada que a varios, por no decir todos, le causaba asco. Fierce miró a la demonio, quien avanzó con su frívola mirada al centro del prado, recorriendo con sus ojos a los presentes... ¿quién será hoy?

Una niña de unos diez años apareció en el lugar. Vestía una camisa a cuadros y unos Jeans oscuros completamente limpios, como era de esperarse su largo cabello castaño estaba sujeto por dos trenzas que se posaban a cada uno de sus lados. Con su mirada castaña-dorada miro a los presentes y sonrió, después de tanto tiempo de espera ansiosa por fin iba a poder ver un duelo con sus propios ojos ya que Abigail por el momento no tenía interés de pelear.
Entre tanto Sótiras miro a los miembros que se iban aglomerando en el lugar. En parte se sentía vergonzoso al estar allí ya que todos estaban en su faceta lobuna, más al ver a aquella mujer de pelo negro y a la niña se sintió apenas un poco más cómodo. Suspiró y miró hacia otro lugar.

Abyzou sonrió, señalando a Sótiras tan decididamente que no hubo lugar a dudas-Te reto, novato-Exclamó al hombre. Briam arrugó el ceño nuevamente, la detestaba.

El hombre tragó saliva en aquel momento en que Abyzou le señalo y pronuncio aquellas dos palabras: ''Te Reto'', y como le habían dicho allí no se podía rechazar a un duelo, así que no tenía oportunidades de escapar con alguna escusa.
No le temía a la muerte, para nada, después de todo estuvo a escasos segundos de morir si no hubiera sido por la mordedura, pero temblaba por dentro y era por el simple hecho que los allí presentes eran más fuertes y tenían dominio completo de sus poderes y facetas, algo que él no tenía. Volvió a tragar y se despego del tronco para emprender camino hacia el centro del lugar donde la mujer de negro pelaje lo esperaba.

-¿Vamos a jugar, si?-Inició ella con su tono más adorable, cosa opacada por su espeluznante apariencia-Adelante, querido-Rió cual hiena, quitando la capucha de su cabeza. Entre tanto, Thresh, Briam, Fierce y los demás presentes bufaron. La mujer del ácido no era considerada débil ni cobarde al retar a un novato en la manada, mas si sádica y cruel por ello.

El hombre escucho a la mujer y no se inmuto ante aquel tono de dulzura ni menos ante aquellas risas de hiena. No dijo nada, tan solo posó su mano derecha en el mango de su espada, asintiendo una vez ante sin pronunciar palabra alguna, el hombre no iba a comenzar a atacar no era de él comenzar una lucha.

Entre tanto la niña se acercó hasta quedar al lado de Tresh, perfecto lugar para ver la primera batalla de aquel día.

El muchacho de ojos verdes, Setan, miró de reojo a la niña, terminando por ignorarla al ver el primer golpe del día: Abyzou se había lanzado armada de una pequeña y vieja daga, amenazando al cuello de Sótiras.

La mayoría de los niños se hubieran alejado de aquel Setan, había escuchado que una tal Vera tenía pesadillas con el Azabache, más ella se notaba tan tranquila que hasta podía asustar. Miro entonces atenta el iniio de la batalla.
Sótiras se movió con rapidez, esquivando el ataque con agilidad dejando a su oponente pasar de largo, dejándola a espalda de él. Aprovechó la situación y con su codo golpeó la espina dorsal de su oponente con ina fuera desproporcionada haciendo que Abyzou cayera al suelo de cara. Con otro movimiento rápido se acomodó clavando su celeste mirada opaca en la joven de pelo negro.

Abyzou desató una risa paranoica, pero no provenía del cuerpo tendido. Éste se disolvió en lo que parecían ser sombras verdosas, gas o quizás aura... Una silueta delante de Sótiras se formó repentinamente, azotando una patada justo en su estómago, impulsándolo metros atrás.

Gruño por lo bajo al ver desaparecer aquel cuerpo en un gas verde, más no se sorprendió en lo absoluto cuando Abyzou apareció frente a él para encajarle una patada en la boca de su estomago, escuchándose un ruido seco cuando la planta del pie impacto en la armadura opaca del guerrero. Apoyo una mano en el suelo para poder estabilizarse, irguiéndose al segundo y echando a correr a una velocidad inigualable y sin dejarle segundo de reacción Sótiras salto por encima de la mujer tomando con sus manos los hombros de ella, dando una vuelta en el aire y aprovechando el impulso para revolear-la haciendo que impactase nuevamente en el suelo dejando tras de si una zanja. El hombre aterrizó de pie con gracia mirando a la mujer, esperando esta vez el contraataque.

En el suelo, de apariencia casi destrozada Abyzou se levantó casi levitando. El crujir de sus huesos acomodándose marcó un silencio sepulcral-Nadie toca mi piel sin salir ileso. Es divertido ¿no?-Exclamó tan alegre como un cachorro en vísperas de navidad, apreciando como cada centímetro del cuerpo de Sótiras que había tocado a la demonio comenzaba a sufrir los efectos del ácido: los tejidos comenzaban lentamente a carcomerse, igualmente su armadura. Ella simplemente sonrió.

No era la primera vez que veía ácido carcome su opaca armadura, los Elfos.Oscuros utilizaban mucho ese compuesto el cual baña sus armas.
-Grandioso y poco usual el poder que usted porta- dijo entonces Sótiras con su apagada y sepulcral voz.
No tardó en atacar. El hombre quedó mirando a Abyzou y sus labios empezaron a moverse susurrando palabras inentendibles antes que unas estacas de piedra salieran de debajo de la mujer desapareciendo después bajo la tierra. Enseguida aprovechó la distracción corriendo hacia la mujer y llamándole un puñal en el pulmón derecho quedando a las espaldas de la mujer, mirándola fijamente.

Sin moverse, sonrió mirandolo tan divertida como siempre desde su hombro-Gracias, novato-Exclamó tomando la daga incompleta: jamás logró atravesar por completo su cuerpo, pues el ácido había logrado carcomerla antes de que dañara zonas vitales.
Como un tren embistió al hombre, transformándose en una pequeña loba de tono marrón. Clavó sus colmillos en la armadura que protegía a su rival, aumentando mientras la ruptura del material por el ataque anterior, añadiendo nuevos puntos frágiles. De sus patas y pelaje chorreaba un líquido que permanecía invisible, hasta que chocaba claro con cuerpos ajenos, mostrando su dañino poder, casi evaporando todo a su paso.
Bajó del cuerpo de Sótiras para comenzar a caminar a su alrededor, cual hiena acecha a su presa.

Peleó tratando de sacarse a Abyzou de encima suyo, más era imposible en esos momentos aquella fuerza demoledora que caracterizaba a los Kolmainsus parecía haber desaparecido. Escuchó el carcomer de su armadura cuando el ácido la tocaba algo que le parecía irritante, no aguantaba aquel sonido o tal vez era que no soportaba la idea de que su armadura se valla deshaciendo a cada segundo.
Después de que Abyzou saliera de encima suyo el hombre se incorporó casi al instante, cauteloso miró como la loba lo rodeaba, sonrió de costado más no hizo nada, en esos momentos él era la presa y su contrincante el cazador.

Ella comenzó a agitar la cola, despidiendo pequeñas gotas de ese líquido calcinante por el que tanto la temían y envidiaban. A cada paso sus huellas se dispersaban en pequeñas manchas de hierba podridas o desintegradas, adornando el campo de batalla.
Abyzou era intocable y muy bien lo sabía, no atacó, otorgando a su presa la posibilidad de escapar o caer en sus fauces.

No iba a correr, era un soldado, un líder que en ese momento se encontraba sin guerreros, y aun así no huiría, si era necesario daría la vida. Pero tampoco iba a atacar primero, le gustaba darle la ventaja a sus contrincantes, aun cuando estos eran mil veces más poderosos que él. Sótiras giraba sobre su eje a la par que lo hacía Abyzou, sin perder-la de vista en ningún momento, manteniendo el mismo rostro inexpresivo desde que comenzó la lucha.

Abyzou sonrió, aunque sin esperar más lanzó una mordida a la presa, cerrando sus fauces milímetros de su piel, lanzando otra y otra para movilizarlo y obligarlo a desestabilizar su postura. Era como un acoso tan vil y cruel que los espectadores gruñían y mostraban sus colmillos en señal de desprecio a la mujer.
Claramente, por estatus, antiguedad, habilidad y poderío era superior a Sótiras y más de uno sabía que ella solo jugaba... aunque sea por el momento lo hacía. Y nadie podía frenarla, solamente alguien que la atacara a matar y en verdad, nadie iba a hacerlo.

La cachorra miraba sorprendida, no por los ataques que la hembra daba, si no por la resistencia que aquel hombre tenía ante las mordidas de Abyzou y sobre todo ante el asido. Quería intervenir, no había duda alguna más no podía, se le tenía prohibido por parte de su superior. Bufó por lo bajo, como si estuviera rezongando, y quedó mirando la batalla que para ella (y seguramente para la mayoría) era casi injusta.
Sótiras esquivaba las mordidas que podía, a la vez que de vez en cuando daba piñas en el hocico de su contrincante: uno de las zonas más débiles de los lobos. Durante el tiempo de batalla su armadura mágicamente se fue reconstruyendo tapando los agujeros, lugares débiles por los cuales se podía lastimar fácilmente al soldado, más ahora habían desaparecido. En una de las tantas mordidas de Abyzou, el hombre en vez de esquivarla la tomó por el cuello con una de sus manos mientras que con la otra incrustó una espada de doble filo, larga y gruesa, afilada y dañina. La sacó y metió más de una vez del cuerpo de su contrincante, impidiendo que las heridas cierren, haciendo que el ácido cayera al suelo y lo perforara hasta que casi dejara el cuerpo de la loba, debilitando-la. Una vez casi vació el cuerpo de la mujer la revoleó con una fuerza que ni él podía creer que tenía, haciendo que ésta impactase lejos del lugar. ¿Su espada? estaba perfectamente bien debido a que estaba protegida de Primordial Magia. Clavó su arma en el suelo y se aferró a ella con sus dos manos, tratando de recomponer el aire.
La niña de ojos color caramelo sintió en el aire dos nuevas presencias no muy lejos de donde se encontraba, una de ellas la conocía a la perfección desde hacía ya casi cuatro años, más la otra se le era imposible de reconocer. Tomo aire antes de soltarlo lentamente, pensando. Miró una vez más a Sótiras, después a los recién llegados y decidió empezar a caminar, pasando por al lado de la mujer Auril y desapareciendo a las espaldas de los allí presentes, esfumándose como si fuera humo.

Y como si la mismísima discordia fuese quien la atrajo al lugar, la figura de la Morket se abrió paso de entre una nebulosa oscura, seguida poco después de su mucho más silencioso compañero, Adramelech.

La heredera al clan de los Auril caminó hacia una enorme roca que sobresalía de entre la marea de hierba, sin quitar sus punzantes pero hermosos ojos de la batalla entre la dama del ácido y el recién llegado. Le parecía cómico el hecho de que, de no ser por la magia de su armadura, el novato ya habría estado perfectamente muerto mas sin embargo, también miró con leve disgusto a la mujer que lo había desafiado, igual que los demás presentes, pero no hizo nada para detenerla.

En cambio, el hombre permaneció completamente inmutado. Tenía la misma capacidad para simpatizar que una pared de concreto y simplemente caminó junto a su Kämpfer, su hermana de batalla, dejando que esta se entretuviera un rato viendo la pelea y sin prestar demasiado interés, que no era lo mismo que atención, a los demás presentes.